La limpiadora (y los papeles de Panamá)

El lunes cayó el diluvio sobre Madrid. No fue una tormenta pasajera, un chaparrón furioso de los que uno ve pasar resguardándose un rato debajo de un toldo. No. Fue un que llueva que llueva la virgen de la cueva persistente y machacón que se prolongó todo el día y que me tuvo toda la jornada mirando hacia la calle desde mi puesto de trabajo preguntándome si en algún momento escamparía y si podría yo volver a mi casa como a mí me gusta. Caminando Castellana arriba, mirando con ojos soñadores hacia una Torre Picasso esculpida contra la bóveda celeste, pensando en un futuro mejor en el que los Choclait Chips volverán a las estanterías de los supermercados y coger un tren hacia la playa costará 20 euros.

Qué caro es el Alvia a Cádiz, joder.

¡Y qué hermosa está la Pirámide de Mutua Madrileña cuando luce el sol y el jardín japonés que adorna su entrada brilla como Eldorado!

piramide

Odio la lluvia como los políticos odian a los ciudadanos. Ellos saben que nos necesitan para ganar escaños y yo sé que nosotros necesitamos el agua para que salgan hojas en las todavía desnudas ramas de las acacias. Pero si se celebrase un referéndum para que no hubiese más días de paraguas yo votaría sí.

Odio la lluvia como los ricos odian las inspecciones de hacienda.

Sentada en mi silla mientras fuera llovía a mares le sisé varias horas de productividad a mis empleadores leyendo con voracidad la megamovida de los Papeles de Panamá. Cuando de pronto  me acordé de que esa mañana en mi camino hacia el trabajo no había visto a la señora que limpia las letras.
“Querrás decir las letrinas”,  me corregiréis vosotros.
Y yo os digo: no, no. Quiero decir las letronas. Unas letras gigantes que por separado no significan nada y juntas tampoco mucho porque forman el nombre de una empresa situada en el número 41 que no os sonará de nada. Esta compañía anuncia su presencia al viandante con un rótulo exento, colocado encima una hierba tupida y perfecta. Siempre me llama la atención que de todas las grandes corporaciones representadas  en la avenida más ejecutiva de Madrid esta es la que tiene siempre el porche más limpio y la zona verde más cuidada. Y siempre me impresiona la meticulosidad con una señora se afana cada mañana en sacarle lustre a esa  A, a esa B, a esa E, a esa R, a esa T, a esa I, a esa S.

Pues bien, la mañana de lunes no la vi.

El martes me despertaron unos pájaros que se posaron en mi alféizar cantando una canción de Minnie Riperton. Supe que había amanecido un día radiante. El sol lucía tan guapo que hasta yo misma me sentí bella. Salí a la calle haciendo gala de un optimismo desmedido, casi religioso. Pensé en los Papeles de Panamá. Pensé: ¿y si todo ese revuelo sirviese para algo? A cierta altura de la Castellana me fijé por primera vez en otro rótulo.

optima

¿A qué se dedicarán en esta empresa? Me pregunté con la misma mirada soñadora con la que miro a veces a la Torre Picasso.

Cuando llegué a la altura del 39 respiré aliviada. Allí estaba ella.

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Un rayo ultravioleta (Isa contra el Isis)

 

Hola amigos. Creo que no os descubro nada nuevo si os digo que vivimos días de odio exacerbado.

Y yo no tengo ni idea de qué opinar de la guerra en ciernes.
Porque el terror no me gusta.
Pero el maniqueísmo tampoco.

A lo mejor es que no hay que opinar siempre. A lo mejor cuando todo es tristeza, desconcierto, ruido y odio alrededor, lo mejor es refugiarse en lo que uno admira y ama, que es, por definición, lo que a uno le da paz.
A riesgo de sonar moñas, diré que yo ayer por la tarde fui a refugiarme en la librería especializada en música El Argonauta (Fernández de los Ríos, 50 – visítenla, por favor. Es una maravilla). Y tuve la suerte de que me arrojasen “un rayo de luz ultravioleta” en mi recalentada y últimamente un poco desorientada cabeza.

“Un rayo de luz ultravioleta” es el título del libro que Alejandro Díaz Garín le ha editado a Ia simpar Isabel Fernández Reviriego. Ambos lo presentaron juntos.

De Álex yo ya era fanática cuando él era el líder de la muy mod banda Los Flechazos. Corrían los años noventa y en aquella Ponferrada deprimida que aún no sabía si el carbón volvería a ser rentable algún día, pues imagínense lo que significaba escuchar canciones que fantaseaban con el Londres vital y vanguardista de Mary Quant y los Kinks. ¡Vivan Los Flechazos! ¡Viva Álex! A él le debemos el Purple Weekend, ese festival que convierte León por unos días en Wigam Casino (si no pillan la referencia, hagan clic aquí).

 

De ella me hice fan más tarde. Las maravillosas tonadas que compuso para Las Charades me llevaron a asomarme a su universo personal. Así fue cómo descubrí que en el mundo de Isa, caleidoscópico, tropicalista y punkie a la vez, Brian Wilson y Robe Iniesta podían caminar de la mano sin mirarse raro. Después vino su proyecto en solitario, Aries. Y ahora, su primer libro. Ayer me dormí a las tres de la mañana leyéndolo.

 

Yo sé que el mundo necesita comentaristas políticos que nos expliquen qué coño está pasando en Siria, en Irak, en París, en Bruselas, en Mali, en Beirut. Pero cuando leo las cosas que dice Isa -la pasión con la que habla de Caetano Veloso, los poderes curativos que le atribuye a una canción de los Beach Boys, la gracia con la que explica el conflicto de clases entre Getxo y la margen izquierda (ella es de Bilbao)- no puedo evitar sentir que todo es más sencillo de lo que parece, que la respuesta a los grandes conflictos están en las cosas pequeñas y que las ideas más enormes se formulan sin grandilocuencia.

Si me permito el lujo de relacionar a Isa con la guerra es porque es la única persona que conozco que sigue reivindicando con pasión y criterio la herencia de la cultura pacifista de los años sesenta, ese sonido San Francisco que lucía flores en la cabeza: el que convirtió un círculo con tres palitos en el símbolo universal de no a la guerra. Isa nunca se cansa de defender la luz frente a la oscuridad. Y para hacerlo usa siempre los adjetivos más bonitos que existen. “El enaltecimiento del loser, del maldito… personamente me siento a años luz, a veinticinco galaxias de eso. Yo no quiero añadir más dolor a este dolorido mundo, no tengo ninguna gana de vomitar mis neurosis y heridas de manera explícita. Pero su existencia no me incomodaría en absoluto si no fuese porque este culto a la tristeza se celebrase en oposición a la alegría el optimismo. Los orígenes de este escarnio del contento podríamos identificarlos en el catolicismo, la culpa y la pena; en las decenas de filósofos occidentales que desde el siglo XVII identifican al alegre con el ignorante… ¡yo qué sé! Lo que sí sé es que una canción alegre y brillante puede contener una carga intelectual y sentimental igual de estimable que aquella que aúlla dolorida. Apreciar la oscuridad, el misterio o la melancolía; sentir la belleza en el dolor y a desesperación son ejercicios tan valiosos como bailar con desenfreno y júbilo una melodía luminosa. Esa música que sana, que cura, que refulge… amo esa música”.

Hay tres tipos de personas que siempre le han dado muchísima envidia al Milodón: las que saben bailar, las que saben cantar y las que saben componer. La envidia, en la segunda acepción que reconoce el diccionario para esta palabra, es casi idéntica a la admiración: “Deseo de hacer o tener lo que otra persona tiene”. La primera acepción (“Sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o tener para sí sola algo que otra posee”) describe uno de los sentimientos más viles -y más humanos- que puede tener un ser ídem. ¿Por qué es tan chunga la envidia? Porque es al odio lo que los globos de oro a los oscar. Una antesala de. Por si no me he explicado bien lo voy a decir de otra manera: la envidia es el pedo, el odio la caca.

No sé a ustedes, pero al Milodón no se le ocurren tres acciones más opuestas a envidiar y odiar que bailar, cantar y hacer canciones. Ya sé que los indios hacían bailes rituales antes de iniciar la guerra, que al frente de algunos ejércitos gaitas exaltadas conducían a la batalla y que la música puede ser un vehículo que exprese las más bajas emociones. No me acusen de comeflores.

Vivimos días de odio exacerbado. No lo digo solo por esos mamarrachos (según la segunda acepción del diccionario: “Persona que carece de formalidad y compostura y no merece ser tomada en serio ni ser tratada con respeto”) que entran a punta de metralleta en lugares donde la gente está bailando y cantando al son de canciones. Lo digo también por los que reaccionan a la sinrazón con más burreza. Tiroteos vs Bombas.

Bailar.

Cantar.

Hacer canciones.

Si es verdad que el odio es una mierda, no lo es menos que a veces controlarlo no resulta fácil. Pensad si no en esa paisana anónima que grita como si hablase por un grifo y no a través de un teléfono móvil durante las cuatro horas que dura su viaje en autobús al pueblo, ese taxista que os pregunta por dónde le llevo como si no estuvieseis viendo con vuestros propios ojos que el coche posee un GPS más evolucionado que algunas computadoras del CERN, ese buzón de entrada que marca el número de emails sin responder al mismo ritmo que se mueve el segundero del reloj de 20.000 euros de vuestro jefe, ese camarero que por “la leche templada, por favor” entiende “póngame la leche como si tuviese el paladar de titanio”, ese grupo de Whatsapp que os manda el enésimo meme de Julio Iglesias durante la sacrosanta siesta del viernes. Yo qué sé. Siempre hay por qué matar y a quién odiar. En estos tiempos de competitividad salvaje y sobredosis informativa… ¿Quién no ha sentido tristeza y enojo al escuchar a los vecinos follar alegremente? ¿Quién no se ha preguntado al ver salir al presidente de la compañía en una berlina con los cristales tintados “Dónde están los GRAPO cuando se les necesita”? ¿Quién no ha pensado “ya está el analista internacional de los cojones” al ver una bandera francesa, libanesa o bullabesa sobre una foto de perfil? Estoy segura de que hasta el Dalai Lama se cagaría en las muelas de Antonio Burgos, de Pedro Jota Ramírez, de Ramón Lobo o de Lady Gaga si pudiese leer Twitter (Dalai, admítelo: ¿A que alguna vez has sentido envidia del pelo de Richard Gere?).

El que esté libre de endemonies que tire la primera piedra.

“El mundo de la música, los promotores y las salas de conciertos se nutren de crápulas, aves nocturnas de locuacidad ilimitada, personas disolutas maceradas en tóxicos, falta de sueño y ausencia de sol. Muchos de ellos cortan el bacalao y si tú te macerases a su lado, las probabilidades de tocar más y mejor aumentarían exponencialmente. Es eso que hoy día llaman ‘networking’ pero en tempura de cocaína y watios. ¡Vade retro Satán!”, dice Isa en su libro. 

Bailar

Cantar

Hacer canciones

Me permito finalmente la licencia de reproducir el primer capítulo de “Un rayo Ultravioleta”, el libro de Isa, cantante, compositora y ahora también brillante escritora:

Hay gentes a las que el solo hecho de respirar parece dar alegría”

William Morris

Como en los libros de Herman Hesse, en esta vida, ser uno mismo, mantener la capacidad de asombro e ilusionarse cada mañana es una verdadera odisea. Resulta muy peliagudo que, durante el periplo vital, no te aplaste la rueda y no te inunden la indolencia, el cinismo o la ambición. O que las penas causadas por las progresivas enfermedades y muertes que experimentas a tu alrededor no te roben la esperanza.

Desde que naces, las convenciones y la maquinaria tratarán de reducir tu esencia, las vicisitudes de la vida te irán robando las ganas de jugar y el niño que llevamos dentro se irá esfumando. No sucumbir ante tal avalancha de porquería maloliente y mantener al niño vivo y coleante es un trabajo que hay que tomarse en serio. ¡Mortalmente en serio!
Desde pequeña he sido educada en la idea del entusiasmo, la gratitud y la libertad como esencia para la felicidad y el buen hacer vital. Mi padre siempre se preocupó por hacernos entender que la única vida real es la que está construida a base de pasión, compromiso e imaginación. Despreciando la acumulación materialista y los patrones sociales, su radiante tesón ha marcado mi vida y la de mi hermana. Así mismo, mi madre nos transmitió su amor por lo genial y lo curioso; llevándonos a explorar jardines, visitar ruinas y museos o leyéndonos cuentos compulsivamente. Fueron mis padres los que tras nuestra insistencia, nos compraron a mi hermana su primera batería y a mí, mi primera guitarra eléctrica. No son millonarios, ni jipis, ni progenitores especialmente iluminados, sino humanistas y personas trabajadoras y generosas. En definitiva, estoy escribiendo esto gracias a ellos. Muchas veces, temo decepcionarles por mi falta de talento o fuerza, pero jamás por no ser lo que en esta cultura se considera una “mujer de éxito”. ‘
El sentido de la vida es aprender para que nuestro espíritu crezca y con él la Humanidad evolucione y el Universo haga fiestas’, me reveló mi hermana riendo un día. ¡Abajo la dialéctica entre el éxito y el fracaso!
Quiero seguir aprendiendo y quiero sentir curiosidad. Quiero creer en la Naturaleza, en el ser humano y en el progreso -no necesariamente lineal-, aunque me duela y la historia nos muestre que hay un lobo despiadado dentro de cada uno de nosotros. Quiero celebrarlo, comprometerme y encantarlo todo hasta el día en que me muera”.

 

 

 

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Carta Abierta a un Madriñelo Ilustre. Hoy: Manuela Carmena

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Querida Manuela:

Te escribo para regañarte un poco. Ya llevas un tiempito en la alcaldía y yo creo que hay algo que está fatal.

Vaya por delante que sin saber si lo ibas a hacer bien, regular, mal o anabotella al frente del ayuntamiento, me caíste bien desde el primer momento. Que no tuvieses nada en particular en contra de gays, gitanos, negros, moros, catalanes o vascos me pareció buena señal. Que con esa impresionante trayectoria como jueza (martillo) y la vida bastante resuelta (patucos) te tomases la molestia de ponerte el frente de la única alternativa que ha conseguido ilusionar en muchos años a los habitantes de este Cristo de Borja llamado Madrid me impresionó. Que defendieses a un equipo independiente con ese estilo personal, tranquilo y nada mesiánico, que ponía de los nervios a la bruja piruja, me cautivó. Pero te confieso Manuela, que tú, con tu cabello rubio siempre un poco mal peinado, tu ropa juvenil y limpia, tu expresión risueña e inteligente, tu ademán ligeramente encorvado y tus manos artríticas, como de labradora urbana, me pareciste clavadita a Julia Rodríguez Mallo, natural de Cabañas Raras del Portiel, provincia de León. Clavadita a mi abuela. De ese hecho –y no de ninguno otro- nació un cariño instantáneo que ni el argumento político más racional hubiese podido atenuar. Cada vez que veía una foto tuya volvía a ser una niña de diez años a la que unas manos con uñas largas pintadas de algún color nacarado servían un vaso Duralex de vino con gaseosa. “Venga, no pasa nada, ¡pero no se lo digas a tus padres!, ¿eh?”. Esos gestos mundanos pero un poco anarkopunk son los que siempre han definido a Julia, mi abuela. Y tú eres clavada a ella, Manuela.

Cuando te digo esto no lo hago con la mala baba con la que Esperanza Aguirre te espetaba que eres una buena persona o con la condescendencia con la que algunos imbéciles gritan por defecto a la gente mayor de setenta. “¡Aaaabuelaaaa!”. Lo digo queriendo lanzarte el mayor piropo que se me ocurre. Te estoy comparando, Manuela, con una mujer que cuando enviudó a los sesenta y ocho años se sacó el carnet de conducir. No te parecerá una hazaña, Manuela, pero yo creo que lo es.
Ella no estudió. Quería ser maestra pero su madre, como era una chica, no se lo permitió. A cambio, se casó con un buen hombre que trabajaba de dependiente en el economato de la Minero Siderúrgica de Ponferrada y dedicó los mejores años de su vida a ser cocinera fabulosa, madre entregada, costurera primorosa. Que su empleo se ajuste a la descripción de una ama de casa abnegada no significa que fuese (y sea, que aún vive) una santa. No todas las amas de casa abnegadas son bellísimas personas por el hecho de saber subir un bajo y prepararle todas las comidas del día a la familia como tampoco todos los refugiados son ciudadanos intrínsecamente bonachones por el hecho de huir del mal absoluto. Mi abuela tiene muchos defectos. Aunque en el surtido Cuétara de no-virtudes destaca una que creo que también tú tienes.
Es muy impuntual. Mi abuela Julia no ha llegado menos de media hora tarde a ninguna cita jamás. Y eso no está bien, Manuela. Disgusta a la gente, Manuela. Decepciona a la gente, Manuela. Lo sé bien porque yo tengo la misma mala costumbre que ella y me han mandado a la mierda con toda la razón del mundo en más de una ocasión. Si soy justa, también es cierto que ha habido muchos amigos y novios pacientes conmigo, porque, bueno, eran eso, amigos y novios. Voto cautivo, para entendernos. Pero siempre que de nuevo falto a mi compromiso con el reloj sé que la barra de vida de la amistad y el amor se consume un poco, como cuando a Ryu le daban una hondanada de patadas en la cabeza en el Street Fighter. Esta última metáfora es solo para gente de mi generación, pero yo sé que me entiendes Manuela. Por si acaso, lo voy a decir sin rodeos: hace ya dos meses que dijiste que Madrid iba a estar más limpia y sigue estando como una zona de derribo. Sé que no es fácil: he leído el post de la concejala correspondiente, Inés Sabanés, donde detalla con pelos y señales los contratos que firmó la anterior corporación y los problemas con los que se está encontrando la actual. Sé que queréis remuncipalizar el servicio, como han hecho en París y Buenos Aires, y que eso lleva tiempo. Y sé también que después de las explicaciones sigo sin entender nada. Ahora Madrid está siendo impuntual en su promesa de hacer esta ciudad un sitio habitable y tú estás llegando tarde a una promesa que hiciste.

Mi abuela no estudió de joven, ni luchó activamente contra el franquismo (aunque en cuanto pudo hacerlo votó a los buenos), ni desarrolló habilidades de negociación en presidios vascos, pero es una mujer curiosa, vital, guerrera, que se apuntó al cuarto ciclo, también conocido como universidad de los mayores, no hace mucho. Su energía es tal que alguna gente -la envidiosa- le tiene tirria. La gente generosa piensa, como yo, que ella es el producto perfecto del estado de bienestar que nunca deberían arrebatarnos. A su edad (es diez años mayor que tú) y con una pensión no contributiva que da risa se desenvuelve de forma perfectamente autónoma: aún tiene ganas de pintarse las uñas y el ojo cuando sale a la calle, de apañar cerezas cuando llega el verano y de coger el coche cuando le da la santa gana (ahora en otoño lo hace para ir a asar pimientos y meterlos en conserva en la bodega de su casa del pueblo). Incluso ha tenido el cuajo de abrirse una cuenta en Facebook. ¡No sabes cómo se parece a ti en la foto de perfil! Qué alegría me da cada vez que me pone un me gusta en alguno de esos vídeos musicales para gente de mi generación. Sé que a lo mejor la última canción de Family of the Year no le emociona tanto como una de qué sé yo, Gloria Lasso. Pero también sé que me entiende. Y que está ahí.

Te cuento esto porque quizá tu también deberías hacer como Ada Colau y contarnos un poco de vez en cuando en primera persona y con un tono cercano pero firme tus impresiones sobre cómo avanzan las cosas, tus explicaciones sobre asuntos candentes o flagrantes, tus planes e ilusiones. Las redes sociales son medios de comunicación de masas donde, de momento, las grandes corporaciones, los bancos y los que no quieren que hables aún no puedes impedirte que lo hagas. He echado en falta un poco más de brío en estos primeros cien días de tu mandato y un poco más de comunicación enérgica por tu parte. Sé que, como corporación, habéis creado varias plataformas estupendas donde vais narrando vuestros avances, donde contraprogramáis la información enemiga, donde le pedís ideas y propuestas a los ciudadanos. Sé que tú, como mi abuela, también estás en Facebook. Pero es que llegaste a la alcaldía el 14 de junio, y solo hemos escuchado una explicación oficial sobre el desastre de la basura el día 14 de septiembre.
Nosotros, Manuela, queremos escucharte, leerte, sentirte a ti. Tus ideas y propuestas, Manuela, son las que nosotros, demócratas participativos, necesitamos para Madrid. Eres la caricatura más popular de la historia de esta ciudad. Y también eres LA ALCALDESA. Queremos que el dibujo se anime y agarre de una vez el timón.
Si te apetece yo te doy el teléfono de mi abuela para que hables con ella sobre el tema de la puntualidad. La jodía hasta escribe Whatsapps.

Por cierto, no me gustaría cerrar esta carta sin hacerte una confesión: yo no te voté. No porque no creyera fervientemente en ti (estuve aquella noche en la cuesta de Moyano, me uní con emoción al clamor popular manuelista). Es que me olvidé de pedir el voto por correo y cuando me di cuenta ya era tarde (ya te he dicho que heredé de Julia Rodríguez su peor defecto). En fin, nadie es perfecto. Tú tampoco.

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Réquiem por “¡Quemad Madrid!”

Cuando yo empecé a escribir “¡Quemad Madrid! O llevadme a la López-Ibor”, allá por el otoño de 2014, Pablo Iglesias aún era en el imaginario popular español ese señor de Ferrol (sí, amigos, no solo Franco nació en aquella ciudad gallega) que fundó el Partido Socialista Obrero Español. Cuando yo terminé de escribir Quemad Madrid, Isidoro Álvarez aún pensaba en planes de expansión para El Corte Inglés, la Duquesa de Alba todavía daba órdenes al servicio del Palacio de Liria con su inmisericorde y gangosa voz y Emilio Botín abría latas de sardinas a escondidas en su despacho de la Ciudad Financiera del Santander. Pero Pablo Iglesias ya había mutado en un chaval menor de cuarenta años, que, con su pelo de jefe de tribu india, había conseguido subirse a las barbas del Parlamento Europeo. Eso ocurrió en aproximadamente medio año. En el medio año siguiente los prohombres (y promujeres) anteriormente mencionados dejaron de existir sobre la faz de la tierra. Fenecieron. Expiraron. Se dieron de baja en el censo de lo terrenal. This parrot is no more. It has ceased to be. It’s expired and gone to meet his maker.  Murieron. Todos. Todos menos The New Pablo Iglesias, que todavía anda por ahí vivito y coleando refiriéndose a las personas de la ralea más pudiente y poderosa como “casta”, esa expresión que, a juzgar por el número de decesos acontecidos, parece causar disgustos horrorosos y desórdenes de salud serios entre los aludidos. Todos los mencionados próceres de la patria caídos aparecían de forma directa o indirecta en “¡Quemad Madrid! (O llevadme a la López Ibor)”, el libro que en verano del año pasado me publicaron los chavales de Libros del KO y con el que trataba servidora de hacer un retrato del alma madrileña a través de algunos personajes que, aunque no lo crean, definen –bueno, definían- el día a día capitalino.  En el libro, la invitación al incendio era figurada, pero la alusión al manicomio más célebre de la Villa y Corte, la Clínica López-Ibor, era intencionadamente literal. Intentar comprender la personalidad esquizofrénica y bipolar de la ciudad más contaminada de España puede volverte turuleta. Buscarte a ti mismo en Google también.

descripcion_librosdelKO

Definición del librito según Google. Por favor, léase con atención.

En “¡Quemad Madrid! O llevadme a la López-Ibor” además de Isidoro, Cayetana y Emilio, aparecía una alcaldesa con la cara picada de viruela, un retrato de la real familia española que esperaba eternamente a los brochazos finales de su pintor en las dependencias del Palacio de Oriente, un monarca con predilección por todas las señoras menos la suya, una provinciana metida a princesa, un merengue de origen vasco que se relajaba con la voz de Jeff Tweedy en su chalet de El Viso, un ex alcalde que esperaba encerrado en las mazmorras del ministerio de justicia a la definitiva aprobación de una ley del aborto digna de un país islamista y una cafetería de inefable decoración e insuperable servicio (de las de plancha siempre candente, paredes de mármol  veteada, mesas de formica y camareros con bata blanca) que había conseguido burlar con su interiorismo y su ritmo vital a esa apisonadora llamada globalización. Llevaba el libro apenas unos meses en las benditas librerías cuando Ana Botella anunció que no se presentaría a la alcaldía, a Antonio López le dio por terminar el retrato de la familia real española, Juan Carlos I decidió abdicar, Letizia Ortiz pasó a ser Su Majestad la Reina, Xabi Alonso se mudó a Alemania, Alberto Ruiz Gallardón dimitió ante el fracaso de su proyecto “pro-vida”  y el Portosín, la cafetería mejor decorada de Madrid, cerró por reformas. Qué disgusto, qué pesadumbre, qué desazón, qué penita sentí  no ya  al comprender que la actualidad se empeñaba en zarandear mis escritos, no ya al enterarme de aquellos decesos y de estas noticias, que convertían mis palabras en agua pasada, no ya al ver que el necroperiodismo (ese género tan en boga) iba a cargarse todos mis empeños, sino sobre todo al darme cuenta –buscando los ecos de mi obrita en Internet- de que Google define “¡Quemad Madrid! O llevadme a la López Ibor” como un producto ideal para hipsters.

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Definición (Repríse)

Supongo que Emilio Botín sintió algo similar el primer día que encendió la Sexta Noche -indudablemente su programa de cabecera- y vio al líder de Podemos referirse a él como ¡Casta! Me entró la rabieta propia de quien no se quiere conocer en algo que claramente le define. ¿Hipster? Puede ser. No lo sé.  Admito que mi pasión por los difuntos azulejos del baño del Portosín podría definirse como tal.

azulejos

¿A que son maravillosos?

El caso es que empecé a preocuparme. No ya porque mi obra se estuviese quedando más obsoleta que los términos “casta” y “hipster”, no ya porque Víctor Lenore pudiese estar usando las páginas de “¡Quemad Madrid!” como papel higiénico, no ya por lo que mi  pobre madre fuese a pensar si me googlease, sino sobre todo, más que nada, primordialmente, por David Summers, Christina Rosenvinge y Javier Marías. A ellos les dedico tres cartas abiertas en el librito. Dios mío. ¡Sus vidas podrían estar corriendo peligro y ellos ni si quiera lo saben! Ah. Se me olvidaba. El Portosín reabre en marzo. Juan José López Ibor falleció hace solo unas semanas. Espero de verdad poder escribir la segunda parte de “¡Quemad Madrid!”. Mientras tanto, por aquí ando.

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Yo he venido a hablar de mi libro (siempre había querido decir esto)

Iba yo a comprar el pan_Francisco Umbral

Hola. Pues llevo sin actualizar el blog desde noviembre y, oh, sorpresa, ¡tengo una buena excusa para mi ausensi!

Ahí va.

Es que he estado escribiendo un libro.

Así es amigos. Tenía que escoger entre destinar las horas fuera del trabajo a depositar mis anhelos, zozobras, frustraciones y alegrías capitalinas en este espacio hache te eme ele o hacerlo en un documento de Word y elegí la B.

No sabéis qué angustia no poder publicar cada vez que terminaba un capítulo. Os diré que el teclado de mi ya de por sí mediocre pc portátil parece el palo de un gallinero de lo que he fumado, bebido y comido (mucho más lo primero y lo segundo que lo tercero) encima de él estos meses.

Todo empezó hace exactamente un año. Yo estaba en mi puesto de trabajo borrando notas de prensa de la bandeja de entrada cuando recibí un mensaje  que decía: “Milodona. Queremos encargarte un libro sobre Madrid”. Los respingos que di contra la silla sobre la que desde hace más de cinco años pierdo mi juventud y la turgencia de mi trasero fueron tales que todos mis compañeros de tajo me miraron como se mira a un epiléptico. La verdad es que hubiese agradecido que me hubiesen metido una cucharilla en la boca, porque de la emoción me mordí la lengua. “Cuando lo presentemos, en uno de los túneles de la M30, contaremos que cerramos el acuerdo por Whatsapp”.

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El remitente de la misiva era un señor con unos rizos de infarto llamado Emilio Sánchez Mediavilla que capitanea (junto con otros socios) una fantástica editorial de no-ficción (que es como se etiqueta ahora al periodismo menos convencional) de nombre Libros del K.O.

Como no acababa yo de dar crédito a la petición, me aproximé a la caseta que estos buenos hombres ocupan todos los años en la Feria del Libro de Madrid -ya os digo que fue por esta época más o menos, hace un año- para cerciorarme de que estaban en serio.  Soy de natural desconfiada(taimada, que decimos en El Bierzo) y me temía que pudiese tratarse de una broma pesada como la que gastan en Calle Mayor a aquella pobre treintañera que no consigue encontrar novio. En la peli de Juan Antonio Bardem, un grupo de muchachos crueles se conchaba para hacerle creer a la chica que uno de ellos está loco de amor por ella.

Yo, treintañera, instalada en una sana soltería (de aquella) y con tendencias paranoides, comprobé en la mencionada caseta del Parque del Retiro que este grupo de muchachos bibliófilos estaba COMPLETAMENTE EN SERIO y que el único gesto cruel que mostrarían conmigo desde momento en el que cerramos el trato sería el que sigue:
“Lo queremos en seis meses”.

Ahí sí que tuve la absoluta certeza de que se estaban choteando de mí, pero no se lo dije.

Al final ha sido un poco más de tiempo, pero aquí está.

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Se titula ¡Quemad Madrid! O llevadme a la López Ibor y está inspirado en posts de este blog (aunque la mayor parte de su contenido es inédito). Y no lo firma el Milodón, sino la paisana que está detrás del oso más resabido de la Península Ibérica. O sea, servidora.

Aquí, el índice de contenidos, por si tenéis curiosidad:

  1. EL PIRULÍ Y LAS TORRES SACYR (ODA A UN SKYLINE QUE NO FUE)
  2. BLAXPLOITATION NIGHT (3 DE MAYO DE 1808)
  3. LOEWE (MADRID, CIUDAD GLOBAL)
  4. HOTEL MADRID (LA MALDICIÓN DEL PROVINCIANO)
  5. DE BECKHAM A CAMBA (LOS SÁNDWICHES DE RODILLA)
  6. COSAS QUE SON MUY MADRILEÑAS (AUNQUE LOS MADRILEÑOS NI SIQUIERA LO SEPAN)
  7. CIUDAD PEGASO (LOS MARQUESES DE URQUIJO EN LA FINCA)
  8. MALASAÑALAND (ESPERANZA AGUIRRE EN EL BARRIO DEL SEXO PLATÓNICO)
  9. CAPERUCITA EN EL BOALO (UNA MAÑANA EN LA SIERRA)
  10. CARTA ABIERTA A UN MADRILEÑO ILUSTRE. HOY: DAVID SUMMERS
  11. ESTAR EN EL AJO (CARLOS BOYERO EN EL SYLKAR Y LE CORBUSIER EN EL ESCORIAL)
  12. CARTA ABIERTA A UN MADRILEÑO ILUSTRE. HOY: JAVIER MARÍAS
  13. LA M-30 (FERNANDO MARTÍN y LA TUNELADORA DULCINEA)
  14. RESACÓN EN EL VIPS DE PRINCESA
  15. SITIOS DONDE EL CIELO DE MADRID SE VE MÁS AZUL
  16. JUANA LA LOCA EN LA LÓPEZ IBOR
  17. CARTA ABIERTA A CHRISTINA ROSENVINGE
  18. VERANO FATAL (RAJOY Y EL MAR)
  19. Tabla Agostí. Guía para la percepción de la ciudad en función de la sensación térmica.
  20. NOCHE DE ESPÍRITUS (EL INCENDIO DE MADRID)

Admito que pensé que iba a ser una tarea mucho más fácil terminar este artefacto, pero reconozco también que he tenido una suerte morrocotuda con todas las personas que me han acompañado en la tarea:

Alfonso Zapico (el ilustrador, “flaco, tímido, provinciano y socialdemócrata,todo en el buen sentido”), además de un talento sobresaliente que le ha valido el Premio Nacional del Cómic, ha demostrado una paciencia que hace quedar al Santo Job como un Pocholo ansioso. El librito está lleno de maravillas como ésta gracias a él:

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Santiago Lorenzo, ha escrito un prólogo que es por sí solo mejor que los veinte capítulos del libro juntos (si habéis leídos su dos novelas, Los Millones y Los Huerfanitos, sabréis que no hay ni un nanogramo de exageración en lo que digo).

Y Álvaro Llorca (otro de los chicos del KO) ha hecho una labor de edición y embellecido de mis textos con la que no hubiese soñado ni Raymond Carver.

El resultado
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y llegará a las librerías el 23 de junio, día de San Juan. El sábado firmo ejemplares en la Feria del Libro. Será en la Caseta 251 a partir de las 18.30. La presentación oficial no tendrá lugar en los túneles de la M30, como nos habíamos prometido, sino en la librería Tipos Infames, que no está nada, pero nada mal. Será el 3 de julio.

Y ya os iré contando más cosas. Mientras tanto, aquí va la contraportada. ¿No es un desmadre?

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Los barrenderos de la ciudad llevan diez días de huelga y Madrid parece un vertedero: una camisa y una falda se deshilachan en el medio de una acera como chicles pisados, unas caja de McDonalds con hamburguesas a medio terminar obstruye una alcantarilla, cartones pringados con grasa y mondas de naranja forman torres en torno a los contenedores mientras una bolsa hace un baile muy American Beauty por la calle arriba.

Cada nuevo desperdicio fuera de lugar es una invitación a pensar una historia. ¿De dónde has salido? ¿En qué casa has estado? ¿Quién y para qué te ha utilizado? Una vez, unos periodistas franceses llamados Pascal Rostain y Bruno Mouron le hurgaron en la basura a Ronald Reagan hacia el final de sus días. Él vivía en un casoplón en Bel Air y los periodistas ya habían husmeado antes en los despedicios de Liz Taylor, Arnold Schwarzenegger, Antonio Banderas o Marlon Brando. La idea era reconstruir sus vidas cotidianas a través de su mierda, la cual fotografiaban y vendían en forma de cuadros. En los desechos de Reagan encontraron, entre otras cosas, boletos de lotería, frascos de laxante, un sujetador, unas medias, una solicitud de un crédito a un banco, el carnet de uno de los oficiales de su servicio secreto y una carta de la revista ¡Hola!.

Lo natural es deconfiar, lo natural es que salga mal. Una tuerca poco ajustada, será un desastre a gran escala.

¿Por qué había una carta de ¡Hola! entre los desperdicios de Reagan? Vaya usted a saber.
Interpretar un vida privada a partir de una bolsa de basura es como componer un puzzle sin imagen de referencia. Pura entropía.

Entropía

2. f. Fís. Medida del desorden de un sistema. Una masa de una sustancia con sus moléculas regularmente ordenadas, formando un cristal, tiene entropía mucho menor que la misma sustancia en forma de gas con sus moléculas libres y en pleno desorden.

3. Inform. Medida de la incertidumebre existente ante un conjunto de mensajes, de los cuales solo se va a recibir uno.

Esta mañana entré en el supermercado tarareando una canción de Los Punsetes. Y pensé que toda esa mercancía perfectamente colocada por categorías en lineales es basura bien ordenada.

Errores que se cuentan por cientos, deficiencias en los cimientos. Salidas mal señalizadas, maquinaria demasiado pesada.

El primer hipermercado de Madrid se llamaba Jumbo y lo dirigía un marqués o por lo menos un señor que se apellidaba con el nombre de un marquesado. Merry del Val. Alfonso Merry del Val. En las grandes corporaciones madrileñas, como en las páginas del una revista del corazón, contar con rancio abolengo ayuda a conseguir trabajo, pero en el caso de un hipermercado, los ecos nobiliarios la dan un sentido poético a esas islas refrigeradas llenas de torres de hortalizas, detergentes o latas de conservas, tan versallescas. Ahora ya nos hemos acostumbrado a tener a nuestra disposición treinta quilos de fresas si necesitamos solo un puñado para el postre pero a finales de los setenta se acababa de inventar el código de barras: la llegada de las grandes superficies comerciales fue toda una conmoción. Nacho Canut y Carlos Berlanga hicieron una canción para dejar constancia de ello.

“Horror en el hipermercado”. En 1980 rodaron un videoclip en aquel Jumbo (situado en una zona residencial al norte de Madrid, en la confluencia de las calles Pío XII y Alfonso XIII, y que hoy es un Alcampo) con Alaska espolvoreándose laca Elnett y llenando el carrito de recias coliflores como una Maria Antonieta enloquecida ante la visión de tanto paquetes de macarrones juntos. Los periódicos de aquel tiempo reflejan que hubo muchas protestas vecinales por la cantidad residuos –con sus consiguientes efluvios repugnantes- que generaba el hipermercado.

Descuidos en la ejecución, una mala planificación. Un obrero que tenía un mal día, un ingeniero que no sabía.

La diferencia entre un marquesado y un condado es tan sutil como la similitud entre un hipermercado y un supermercado. Apenas unos metros cuadrados separan a una categoría de otra. Un marqués tiene menos fincas que un conde. Un súper menos superficie que un híper.

Superparda fue la que se lió en julio de 2002 en los supermercados Sánchez Romero cuando alguien se puso a revolver los papeles que su departamento de recursos humanos había abandonado en la calle para que los recogiese el camión de la basura: dejaron al descubierto un sistema de selección de personal muy particular. En las anotaciones al margen de los curriculums se podían leer cosas como:

-No, por macarra. Chupa de cuero.
-Está como una regadera. Padre alcohólico. Custodia de su hija por la Comunidad de Madrid. Ha tenido menos suerte que Pascual Duarte en la vida.
-No, por mayor.
-Barrios bajos, pinta de drogadicta.
-No, mal pintada. Cara de cochinillo.
-Vive en Parla y es fea.

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Tomás Gómez, entonces alcalde de Parla, años más tarde candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, se sintó herido en su parleño orgullo por los comentarios ofensivos hacia su localidad y amenazó con una querella. El director general de la compañía aseguró que la persona que hacía esos procesos de selección ya no formaba parte de la empresa.
Iluminados cálidamente y decorados como salas VIP aeroportuarias, los selectos supermercados Sánchez Romero abrieron su primera sede en 1945 para dar servicio a los americanos de la base aérea de Torrejón de Ardoz y hoy tienen sedes en los barrios más privilegiados de la ciudad (Sor Ángela, Corazón de María, Mirasierra, Arturo Soria, Moraleja, Puerta de Hierro, Majadahonda, Pozuelo). Aquella mañana de verano en la que les pillaron in fraganti, sus papeles internos tirados en la calle olieron a podrido.

Fechas de caducidad, alteradas para no gastar. Bicicletas de segunda manos, plástico coreano. La sujeción de los asientos, recambios que no llegan a tiempo, corrosión de acero forjado, drogas en los helados.

Los barrenderos de Madrid están de huelga. Les quieren rebajar el sueldo en un cuarenta por ciento. Y los madrileños están sublevados: un retrato caótico de sus mundos  se va a acumulando en repugnante desorden por doquier. Es como si Francis Bacon hubiese pintado un lienzo con la temática “lucha obrera”.

Esta mañana.de camino a Malasaña, vi la ciudad sembrada de porquería. Salí de casa dispuesta a echarle un vistazo a los contenedores de Esperanza Aguirre: me hacía gracia la posibilidad de comparar sus neoliberales residuos con los de Ronald Reagan. Cuando llegué al palacete en el que vive la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, a la sazón Condesa Consorte de Bornos y Grande de España, no encontré nada, pero comprobé que el supermercado de la esquina, el que daba a la calle Pez, ha cerrado por la crisis.
Tuve luego la tentación de pasar por el domicilio de Ana Botella, la alcaldesa de la ciudad. Pero vive en Pozuelo, que es otro ayuntamiento. Allí los servicios de recogida de basuras han funcionado perfectamente estos días.

Me marché tarareando una de los Punsetes.
Lo natural es desconfiar, lo natural es que salga mal. Lo natural es la entropía, ya no digas que no lo sabías.

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M’drit (el dichoso café con leche)

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Vuelvo a casa después de las fiestas patronales de mi pueblo, las que rinden pleitesía a la Virgen de la Encina, patrona de El Bierzo, con la sensación clara de que se acabó lo que se daba en lo que a estivalismos se refiere. No pretendo desmoralizar, pero de la misma manera que el discurso de Ana Botella frente a los amigos del COI ha sido el chispún definitivo para la temporada alta de chapuzadas (este verano ha sido apoteósico en despropósitos: FIN DE LA CITA), las fiestas de mi pueblo indican para mí y para muchos de mis paisanos el prólogo del invierno.

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Empieza la temporada de los cafetitos con leche reconfortantes, pero yo antes abro los paquetitos de comida que cuidadosamente mi madre me ha preparado para que me alimente con cosas de provincias en Madrid.

En un gurruño de papel de aluminio encuentro unos tomates turgentes, rojísimos y abultados como melones enanos, y me corto una buena porción que troceo a su vez en pedazos cuadrados a los que echo sal gorda, vinagre blanca y aceite de oliva. Los muerdo con tiento y los saboreo con parsimonia y pienso que no me extraña que la (esperemos)  futura ex alcaldesa de Madrid reivindique los pequeños placeres de la vida -ya saben, las cenas románticas, el cafe au lait- a la hora de defender a su ciudad como candidata a sede olímpica.

Es una cosa muy de ricos y potentados caer de pronto en la cuenta de que el brillo perlado de las tapicerías de cuero de los coches oficiales está bien, pero que no hay nada como una ración de tortilla en el bar de la esquina.
Me acuerdo entonces de Frank Underwood, ese malvado congresista encarnado por Kevin Spacey en una serie muy buena llamada House of Cards. Frank Underwood es un tipo ambicioso, maquiavélico e inteligentísimo  que quiere llegar a la presidencia de los Estados Unidos y que no tiene inconveniente en pasar por encima de quien sea para saciar sus apetito de poder. Él, como toda persona de su posición que se precie, vive en el barrio residencial más seguro, confortable y pijo de su ciudad, Washington, pero de vez en cuando le gusta “crossing the tracks” o sea, cruzar las vías, para ir a buscar una ración de costillas a la brasa al bar de un señor negro muy feo y muy sucio que cocina como los ángeles.
Cruzar las vías es una expresión que se usa en la capital política de USA para referirse a esa temeridad que es adentrarse en los barrios humildes de la urbe, que en el caso de Washington están, literalmente, al otro lado de las vías ferroviarias.

Pienso después en la boda de Tatiana Santo Domingo, hija del hombre que ostenta una de las mayores fortunas de Colombia, y Andrea  Casiraghi, miembro la dinastía Grimaldi, esos  casineros y promotores inmobiliarios que se hacen pasar por príncipes, que se celebró hace apenas una semana. Los invitados a su enlace -casi todos, jóvenes herederos de muchas cifras- pidieron beber cerveza.  Ni Möet Chandon ni Bollinger. Cerveza.
Nos han jodido.
Ellos saben, igual que tú y que yo, que no hay nada como una caña fría bien tirada.

There is nothing quite like a relaxing cup of cafe con leche or a quiet dinner in el Madrid de los Austrias, the oldest part of Madrid.

A la gente (LA GENTE) le ha parecido muy mal que Ana Botella tenga un acento tan chusquero hablando en inglés, pero sin embargo ha habido una oleada de simpatía, una especie de entusiasmo esperanzado, frente al discurso bien articulado y sobre todo bien pronunciado del Príncipe Felipe, que además de ser un chaval claramente muy preparao, está cada día más bueno. ¡Y tiene cara de bueno!

Ana Botella, muy mal.
Pero, ¿os habéis fijado lo bien que pronuncia Felipe la palabra “Madrid” en inglés?

M’drit

M’DRIT

El heredero natural de la campechanía sí que sabe hablar en público. En cambio, si viene Miss Bottle a poner en evidencia frente a toda la comunidad internacional lo que somos, lo que llevamos siendo los últimos veinte años, se nos suben los colores.


“Sé que para ustedes es un poco difícil entender esto, pero vengo de una cultura muy diferente” Pedrou Almodofar

Y yo, mientras me encomiendo a la Virgen de la Encina, a la Virgen de Guadalupe, la Virgen de la Cabeza, a la Macarena, al Sagrado Corazón de María, al Cristo de Medinaceli y a la casi totalidad del santoral español, lo que me pregunto es por qué no hay manera de encontrar en M’drit un sitio donde vendan buenos tomates.

Hasta el año que viene, verano.

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La piscina de la Complu (el Watergate de Mariano)

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Los chicos no se quitan la camiseta de la misma manera que las chicas. Me di cuenta el otro día en la piscina, tumbada sobre una toalla, con la barbilla apoyada en mis brazos cruzados. Las mujeres cogen la prenda por el dobladillo inferior y tiran hacia arriba de manera que al sacarla le dan la vuelta y una vez que la han extraído tienen que volver a ponerla del derecho. Los hombres tiran de la parte trasera del cuello hacia arriba de forma que la camiseta ya sale perfectamente lista para ser doblada y almacenada sin más complicaciones.

Quizá penséis que las lecturas freudianas y secundarias de tales gestos no son necesarias por obvias (la conclusión más evidente es que el género masculino es mucho más pragmático y directo que el femenino) o por aleatorias (no soy capaz de avalar mi observación sobre los rituales de desvestido entre féminas y machos con ningún estudio estadístico). Es verdad que no todo esconde mensajes ocultos. Pero también es cierto que los detalles más nimios son como un punto de lana suelto en un jersey: si tiras de él puedes ir deshaciéndolo poco a poco hasta dejar desnudo al que lo lleva puesto.

Que se lo digan al pobre Mariano, que un día decidió que mandar un mensaje de texto manifestando apoyo a Luis Bárcenas sería un pequeño gesto de compromiso sin costes, y ahí le tenéis: en pelotas ante todo el país.

Yo, sinceramente, no estoy disfrutando nada esta nueva polémica ficticia generada por ese golpista camuflado de director de medio de comunicación llamado Pedro J. Ramírez porque me devora el sentimiento de culpa.
Si a mí me acusasen de favorecer la privatización de la sanidad pública o de recortar el gasto público para beneficiar a la empresa privada y a la banca sabría perfectamente cómo defenderme porque no solo estoy en contra de tales políticas sino que además no las he puesto en marcha.
Pero si me acusaran de no jugar de forma absolutamente limpia en mis compulsivas comunicaciones virtuales, me pondría a mirar al techo y silbando la de ‘El Puente sobre el Río Kwai’ me iría con la música a otra parte.

Aunque bien es verdad que ni soy presidenta del gobierno ni me comunico con ex tesoreros que reparten comisiones. Y doy gracias a dios por ello, porque he mantenido algunas conversaciones de Whatsapp que podrían convertirme en un despojo social en cuestión de milésimas de segundo.
Seguro que vosotros no.

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Mariano aún no sabe usar el guasap, pero esta tarde un periodista de raza llamado Ernesto Ekaizer salía en El País a defender la idea de que el asunto SMS es a Rajoy lo que fue el Watergate a Nixon:

“El líder de la oposición primero y presidente del Gobierno en la actualidad no habla en público de su ex tesorero. Pero se reserva una profusa relación telefónica y epistolar a través de mensajes con  Bárcenas. Es elocuente su preocupación. Difícilmente pueda pegar ojo. Y esta fase actual es la que llamaremos de encubrimiento visto desde dentro […] Si nos atenemos a la definición de Cover-up ( Encubrimiento) que ofrece Wikipedia vemos que la fechoría original que se encubre puede ser relativamente menor, como pudo ser ‘el robo de tercera clase’ que desencadenó el escándalo Watergate (el espionaje de la Casa Blanca y del partido Republicano en la sede del partido Demócrata del hotel Watergate de Washington D.C, en 1972), pero el encubrimiento añade tantos delitos adicionales (obstrucción a la justicia, perjurio, pagos y comisiones) que terminan por convertirse en mucho más graves que el delito original. Los encubrimientos no necesariamente requieren la manipulación activa de hechos o circunstancias. La forma más común de encubrimiento es la que emana de la inacción, la pasividad… es el encubrimiento pasivo. Desde luego, la contabilidad secreta manuscrita describe una situación peor a la que fue el origen del Watergate, o la operacion de espiar la sede del partido Demócrata durante la campaña electoral”.  

¿Quién soy yo, el Milodón, para llevarle la contraria a Ekaizer, un periodista de reconocida solvencia, o a los políticos y empresarios -buitres de probada voracidad- que están deseando quitarse del medio a Mariano para, a costa de unos mensajes telefónicos PRIVADOS, empezar a repartise más comodamente el pastel relleno de mierda que es este país? Lo que sea en aras de un sistema democrático sano, claro que sí.

Además este culebrón mediático es un entretenimiento perfecto para un día de piscina.

Aprovecho estas líneas para recomendaros la que es, bajo mi punto de vista, la mejor piscina de Madrid: la de la Complutense.

Podría deciros muchas cosas acerca de ella: que es como un reducto espacio-temporal de calma y frescor que parece haberse estancado en los sesenta y en el que vienen a la cabeza canciones de Los Bravos, que al estar reservada solo a estudiantes o antiguos licenciados tiene un saborcillo pijo Ivy League que hace pensar en Vampire Weekend, que es un prodigio de diseño racionalista con vistas a una pista de atletismo que parece sacada de ‘Carros de Fuego’. Pero los mejores motivos los esgrimían no hace mucho en el diario en el que escribe Ernesto Ekaizer dos jóvenes arquitectos ganadores del Premio Mies Van der Rohe en la categoría talento emergente, María Langarita y Víctor Navarro:

“Nos gusta el espacio pero sobre todo nos gusta la imagen plástica y bellísima que generan los bañistas, especialmente en la piscina de saltos, donde no se puede nadar. Parecen la legión romana en un día de descanso, esos cuerpazos jóvenes y perfectos que se exhiben al sol, posando despreocupada pero cuidadosamente…”

Esos cuerpazos jóvenes que se quitan la camiseta despreocupada pero cuidadosamente.

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¡Viva el Tour! (La Parábola de Correos)

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Me estoy volviendo loco

A mí me hace mucha gracia imaginarme el final del Tour de Francia, que este año celebra su centenario, frente al Palacio de Cibeles, ese casoplón que León Trotsky apodó como “Nuestra Señora de las Telecomunicaciones”. Sería gesto de hermanamiento: el país que más cocaína consume de la Unión Europea da la bienvenida al pelotón de politoxicómanos velocísimos que es el ciclismo de alta competición.

A lo mejor la mía es una idea de mierda, pero tampoco se devanó muchos los sesos con su ocurrencia nuestro amigo Trosky, hay que decirlo, porque cuando Alfonso XIII inauguró el edificio en 1919 (después de DOCE años de obras) él y su señora, Victoria Eugenia, ya llamaron “Catedral de las Comunicaciones” al mastodonte, obra del arquitecto porriñés (natural de Porriño) Antonio Palacios.
El caso es que el monumento siempre ha tenido un aire sacro.

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Madrid Arena

El otro día fui a recoger un paquete a la sede central de Correos, que sigue estando en el Palacio de Cibeles, aunque ahora se accede por una puerta trasera. La entrada principal está reservada para las autoridades municipales, ya que ahora el edificio es también sede del Ayuntamiento de Madrid. Puede que en las estancias posteriores de “Nuestra Señora de las Telecomunicaciones” las líneas telefónicas estén al rojo gracias a las candentes conversaciones del concejal corrupto de turno, pero en el patio trasero de la casa no se oye ni medio ring y allí siguen haciendo su labor humildes, sigilosos y diligentes funcionarios que se limitan a poner paquetes en sus correspondientes lugares. No sé si a vosotros os pasa, pero creo que el logo del cornetín con corona es el único símbolo público que me sigue pareciendo completamente inmune a la corrupción.
Por eso me dio mucha rabia que el sobrecito se convirtiese en el símbolo del Asunto Bárcenas.

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El mejor logo de la historia del diseño español después del “casco de motorista” de los estancos

Siempre he tenido una relación muy especial con Correos.

La prueba está en que todos los días cuando vuelvo del trabajo y entro en el portal repito el mismo gesto. Miro al portero de turno, él busca mi mirada para saludarme, pero yo la esquivo, y aunque le devuelvo el hola o el buenas tardes, no me encuentro con sus ojos, sino que directamente paso por encima de su bedélico melón para ir al casillero de correspondencia de mi apartamento. Repito el gesto to-dos-los-dí-as de manera tan sistemática que él, el portero (no siempre es el mismo, hay varios, pero todos se han dado cuenta de la mandanga), ya se permite el lujo de mirarme con carita de pena cuando sistemáticamente no hay nada.

A mí me dan ganas de decirle que no se apene, que no es que esté esperando carta de alguien en concreto. Es que llevo esperando carta de cualquiera desde 1998, que es el año en el que todo lo referido al género epistolar se empezó a ir a tomar por saco porque el teléfono móvil llegó a nuestras vidas de forma masiva.

En honor a la verdad, de vez en cuando aún recibo alguna que otra postal de colegas que, como me pasa a mí, siguen encontrándole la emoción poética a eso eso de echar un trozo de cartón dentro de una ranura. Recuerdo con especial cariño una que me llegó hace dos años, cuando todavía vivía en Ríos Rosas. Era un tarjetón con un macizo cachas en porretas silueteado con unas letras gigantes encima que rezaban: CALIFORNIA. Alguien le había “tatuado” con un bolígrafo mi nombre dentro de un corazón en un brazo. En el reverso se podía leer:

“Oh, yes, está muy caliento aquí ahora. Llévame contigo a Ponferrada y si me das de tu botillo quisás puedas probar el miou”.

Llamadme ilusa, pero estuve una semana dándole vueltas a si tal mensaje podía ser de un enamorado jocoso que de verdad anhelaba conocer las delicatessen de mi tierra natal.

Una noche se me encendió la bombilla y me di cuenta de que no era de un enamorado, sino de dos, enamorados entre sí, que andaban de luna de miel por la Ruta 66.
Gracias Patri y Quique. Nunca olvidaré que el sello de la tarjeta era una bonita estampa del Parque Natural del Gran Tetón. Aprovecho para contaros que el Templo Votivo del Mar de Panxón, que está al lado de vuestra casa, es del mismo arquitecto (natural de Porriño) que diseñó el Palacio de Telecomunicaciones de Cibeles.

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Templo Votivo del Mar de Panxón

Yo antes cuando salía de casa (daba igual si era de excursión a Valladolid), me liaba a mandarle postales a todo dios y después me gustaba imaginar que el papelajo con mis letras haría el mismo camino de vuelta que había hecho yo de ida. Si en lugar de postal era cualquier cosa ensobrada, invariablemente -aunque el destinatario fuera un pariente lejano o alguien que me importaba tres pepinos- escribía en la pestaña del remitente: “¡Corre cartero, que es para el amigo que yo más quiero!” y después dibujaba un Mr. Postman con gorra y bigote. No sé el jeto que se le debía de quedar al Sr. Cartero cuando se veía caricaturizado de tal guisa, pero las cartas llegaban, eso seguro, porque la gente me respondía. Y para demostrarlo tengo en casa cuatro cajas llenas de correspondencia, que de vez en cuando reviso porque me río más con su contenido que con las dos primeras temporadas de The IT Crowd.

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Hay gente que se muerde las uñas, que se mesa el pelo o que revisa la llave del gas antes de irse a la cama de forma compulsiva. Yo, además de hacer algunas de esas cosas, miro el buzón. Es un gesto que a base de repetición se ha convertido en tic y que adquirí de niña, cuando descubrí que eso de mandarse sobres con mensajes dentro era tan divertido como jugar a la goma. Que yo no sé, por cierto, si las crías de ahora siguen jugando a eso o ya todos los juegos los practican dentro de la pantalla del iPhone. Yo, que me hice mayor en una era cuasipretecnológica, aún no era capaz de intuir cuánto tiempo me harían perder los piés de foto del Fotolog, los chats de gmail, los tuits de Twitter y los estatus de Facebook y por eso me hice miembro del International Pen Friends Club.

Gracias a tan insigne hermandad, me escribí bastante con una chavala de Somerset que no conocía de nada.
A saber qué nos contábamos.

Aunque el mes del año en el que yo captaba más víctimas para practicar mi afición favorita era el que empieza hoy.

En julio yo hacía mi agosto porque me iba  un mes a la playa y allí siempre conocía a nuevos amiguitos que se acababan convirtiendo inevitablemente en amiguitos postales. Con algunos de ellos mantuve correspondencia durante años y años. Aunque el que recuerdo con más cariño solo me envió dos cartas.

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From LA with Love

Se llamaba Diego y era de Zaragoza. Yo era una bomba hormonal de 15 años, él de 17. Tenía una mandíbula prognante, como la de Carlos V, y un pelo negro cepillo, como el de Xavi Hernández. Era muy feo, pero muy gracioso: sin ser aún mayor de edad aseguraba visitar los fines de semana el fondo Ultra del Ligallo. Decía que su libro favorito se titulaba Mein Kampf y dibujaba esvásticas en la arena como otros ponen corazoncitos. Qué coño sabría él lo que era todo aquello.

Acabó confesándome que en realidad no había leído ni media página de Mein Kampf y que algunas cosas de Hitler “le parecían mal”. Pero con el Real Zaragoza iba a muerte, eso sí.

Le conocí unas vacaciones que mis progenitores cambiaron nuestro habitual destino gallego (Sanxenxo) por Andalucía. A mi padre su empresa le ofrecía ese año hospedaje a mitad de precio en destinos vacacionales del Sur y así fue como caímos en un hotel de Fuengirola que parecía un escenario de Vacaciones en el Mar: una de esas megaconstrucciones autogestionadas con generadores de luz propios que tenía desde una discoteca, hasta un supermercado interno, pasando por la indispensable piscina (con el mar a cien metros) donde los turistas ingleses se agarraban unos pedos titánicos durante la Happy Hour (de siete a ocho).
Entre los huéspedes había muchas familias que también venían “financiadas” por la empresa del padre, y aunque los adultos intentasen evitar la camaradería corporativa a toda costa, entre los niños y los jóvenes se corría enseguida la voz de que todos pertenecíamos a una especie de “club”. El resultado era que en el hotel se creaba un ambiente de poblado sindical que para nuestros viejos debía de ser un calvario, pero que para nosotros, la chavalada, era una especie de Verano Azul con bufé libre: hacer amigos nunca había sido tan fácil.

Por las tardes, cuando los padres se metían en las simas abisales de la siesta, todos los niños bajábamos a las profundidades del hotel, donde había una sala con tele.
Íbamos a ver el Tour.
Aún quedaban veinte años para que el torneo celebrase su centenario y para que yo supiese quién era Trostky, me preguntase por qué la gente se mete tanta cocaína y qué significa la palabra “Doodle”.

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A mí, francamente, el ciclismo me la traía al pairo.

Yo lo que quería era sentarme al lado de Diego y reírme sin parar.
En la sala se concentraba todo rango de edades, desde críos que aún no habían hecho la comunión, hasta gente a la que ya le había empezado a salir el bigote. Os podéis imaginar cómo olía aquella habitación cuando por fin nuestros tutores pasaban por el sótano a recogernos para volver a la playa.
Recuerdo que había una niña de 13 años, muy mona, muy bajita y muy impertinente, que se sentaba siempre con el grupo de “los mayores” aunque estaba claro que no le correspondía tal privilegio. Se llamaba Paula. Fijaos si me caía mal, que nunca le pedí su dirección.
Cuando jugábamos a las palas, ella siempre se picaba. Cuando nos bañábamos, ella muy pronto tenía frío. Cuando pedíamos una cerveza a escondidas, ella nunca quería.
A mí me sacaba de mis casillas y a Diego también, porque no paraba de meterse con ella.
Por las noches, como la discoteca estaba dentro del hotel, nuestros padres nos dejaban bajar en grupo a hacer el idiota. Diego y yo no nos despegábamos. Hacíamos coreografías mongolas y nos burlábamos hasta del apuntador. Especialmente de Paula.

La última noche en Fuengirola, nuestros padres nos dieron permiso para bajar solos a la playa. Éramos una horda de quince críos apoderándose del arenal como la hinchada del Madrid se apodera de la Cibeles cuando ganan la liga.
Mi hermana, estaba sentada con los de su edad jugando al toma-tomate. La niña bajita, mona e impertinente, para variar, se había sentado con los de NUESTRA edad. Diego, pintaba esvásticas gigantes en la arena y nos contaba batallitas de los Ultra en Mestalla y todos nos reíamos mucho. Porque no sé si os lo he dicho, pero Diego era muy gracioso.Entonces pasó.

Si cierro los ojos puedo recordar cómo se me aceleró la respiración cuando, en un momento en el que nadie nos escuchaba, me dijo: “¿Puedes venir un momento? Tengo que hablar contigo”.
Me llevó aparte. Nos sentamos cerca del mar y nos pusimos muy cerca, como cuando mirábamos el Tour. Había muy poca luz pero le brillaban los ojos. A mí también.
“Tengo que decirte una cosa”, me anunció.
Se me salía el corazón por la boca.
¿Qué tenía que decirme?
Ay, sí, sí, sí. ¡Sabía lo que iba a decirme!
Siiiiiiiiiii

Siiii

“ME GUSTA PAULA”.

Si cierro los ojos puedo recordar cómo se me fueron quedando frías las extremidades, la cara, los labios…
Si cierro los ojos puedo rememorar cómo tragaba saliva a razón de tres mil centilitros de baba por segundo mientras pensaba nolloresnolloresnolloresnollores
Si cierro los ojos puedo reconstruir el momento exacto en el que posé mis manos sobre la arena y las cerré lentamente hasta formar un puño.
“¿Crees que debería decírselo?”, me preguntó.
Los dos puños de arena le fueron directos a la cara.

Ya no recuerdo más.
Sé que, a pesar de todo, nos intercambiamos las direcciones.
Cuando volví a Ponferrada no tardé mucho en recibir su primer sobre. Dentro venía una postal con la Virgen del Pilar, una pulserita con la bandera de España y muchas esvásticas dibujadas a mano.
Hoy, yo le habría mandado una postal de “Nuestra Señora de las Comunicaciones”.
De aquella le mandé un llavero con forma de botillo.

En el segundo sobre que me envió venía una carta muy larga. Me contaba que al final había hablado con Paula, que ella le había confesado que sentía lo mismo y que ahora la muy bajita e impertinente iba a visitarle con sus padres de vez en cuando a Zaragoza. En la postdata, Diego dejaba caer una pregunta: “Oye, hay una cosa que nunca entendí muy bien. ¿Por qué me tiraste arena aquella noche en la playa?”.

Jamás le contesté.

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Garci’s Eggs

-¿Qué tiene de postre?
– Sí, señor, perdone. Tenemos helado, flan, piña, melocotón en almíbar, queso, membrillo y fruta del tiempo.
– Café solo por favor.
Alfredo Landa en El Crack

Leo en la Jot Down que dice José Luis Garci que no volverá a hacer cine y que lo anuncia “con jubilosa nostalgia”. Le entrevista la muy estigmatizada exministra Ángeles González Sinde, que le espeta: “¿Sabes que tienes muchos admiradores entre la gente joven?”. A lo que él responde: “Pues no lo sabía”.

El choteo subsiguiente entre los lectores es inevitable, claro, especialmente cuando uno lee en la entradilla del artículo: “Garci es muy de Madrid, y por consiguiente, muy de Nueva York”. ¿Ein?

En el interior de la entrevista la cosa se agrava. Cuenta Garci: “En el 94 recorrí todo Estados Unidos siguiendo el mundial de fútbol como comentarista para Televisión Española y como cronista para ABC. Terminó el mundial en Pasadena y cogimos el avión de vuelta en Los Ángeles, pero yo me quise quedar aquí en Nueva York. Me despedí de los otros corresponsales en el aeropuerto, cogí un taxi y cuando por fin, después de pegarme ese recorrido por el país, entré en la ciudad por la calle 44, sentí que estaba en la calle Narváez o en el barrio de Salamanca. Sentí que estaba en casa”.  

Siempre has vivido muy bien, José Luis. Y siempre te has hecho un lío con América.

Garci ‘El Neoyorquino’ es un tipo que -diga lo que diga Sinde- le cae fatal a muchísima gente, y en especial a muchos jóvenes cinéfilos de pro, que ven en él a un flipao que encima cometió el imperdonable error de ser durante muchos años el novio de Ana Rosa Quintana.

Más tarde quiso serlo de Elsa Pataki. Y de eso, sí que no podemos culparle.

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Garci, que, como ya presagia su voz de cazallero temperamental, no es precisamente un progresista abiertamente homosexual amamantado en los pechos de La Movida, se ha pasado toda su carrera intentando hacer réplicas hispanizantes y pedorras de los grandes momentos del cine clásico.
Y yo, al escribir esto, me pregunto si “Todo sobre mi madre”, de Pedro Almodóvar, no se ajusta exactamente a esa definición, por muchos transexuales que incluya.

Garci es un pesao y sus tertulias parecen una sesión plenaria de la Falange, pero en You are the one tuvo el arresto de coger a Lydia Bosch, plantarle un peinado a lo Lana  Turner, hacerla pasar por la hija intelectual de unos acaudalados banqueros que escapa del Madrid de posguerra y ponerla a caminar por la arena de la playa del pueblo asturiano de Cerralbos del Sella como si fuese una diva del Hollywood dorado.
Julia, que así se llama Lydia Bosch en la peli se retira a una casona familiar ubicada en la costa cantábrica a reflexionar un montón. A pensar en sus cosicas porque está muy triste: su novio es un republicano represaliado que a saber cuándo sale del trullo. En las cartas que el susodicho le escribe desde la susodicha (cárcel), el tío le dice unas movidas preciosas mientras le recuerda  lo mucho que le gusta rememorar aquel tiempo en el que escuchaban juntos una y otra vez un disco de Cole Porter. ¡De Cole Porter!

Pues claro que sí, hombre: en el Madrid de posguerra la gente escuchaba en bucle a Cole Porter en Spotify y luego se compraba entradas para ir a verlo actuar en los Veranos de la Villa.

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 Unas risas

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 Pues claro que sí: Sherlock Holmes y el Doctor Watson vinieron a la capital siguiendo las huellas de Jack el Destripador y se encontraron en su periplo con el compositor y pianista Isaac Albéniz, interpretado por su sobrino-nieto, el actual ministro de justicia y antiguo alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.
Así lo cuenta Garci en su último flin, que al parecer, es un truño de proporciones bíblicas. Aún no lo he visto (y no creo que lo haga), pero el título ya tiene más valor en sí mismo que toda la filmografía the Nawja Nimri y Fele Martínez: “Holmes & Watson. The Madrid Years”.

Por último, y antes de irme a la cama, decir que en Volver a Empezar, su mejor película, la que le dio el Oscar, el director, a un paso de la utopía/ciencia ficción, convierte a Chanquete/Antonio Ferrandis en un exjugador del Sporting galardonado con un Premio Nobel de Literatura que regresa a Gijón desde Berkeley -donde imparte clases- para pasearse por el Molinón, decir adiós a los escenarios de su infancia y frontar cebolleta con su primer amor.
Garci abre el asunto con un plano secuencia sobre el muy industrial perfil de la ciudad. Mientras, de fondo, no suena Begin the Beguine, la canción de Cole Porter que da nombre a la cinta, sino el Canon de Pachelbel.

La peli es preciosa y tú siempre has hecho lo que te ha salido de los huevos, José Luis. Pero Narváez no se parece en nada a la 44.

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